domingo, 22 de marzo de 2015

El Reino de Dios. De lo pequeño.

En otras parábolas, el Reino de Dios aparece como el resultado inesperado de algo muy pequeño, insignificante, pero que es capaz de crecer, de transformar lo que le rodea de una manera muy llamativa.

Parábolas del grano de mostaza y de la levadura

 ¿A qué se parece el reino de Dios? —continuó Jesús—. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus ramas.
Volvió a decir: ¿Con qué voy a comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer tomó y mezcló con una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.
Lucas 13:18-21

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Estamos ante unas parábolas en las que se distinguen, por una parte, la pequeñez e insignificancia de nuestras aportaciones y, por otra, la acción de Jesús en la construcción del Reino, del que es figura. El Reino es el fin del proceso, no el comienzo. A la construcción de ese Reino, el Señor convoca a los proscritos y menospreciados de Israel y a los gentiles que escuchen su llamada. El Reino vendrá, pero no en virtud del esfuerzo humano, sino de la eficacia que Dios ponga en el pequeño grano de mostaza y en el pellizco de levadura. El Reino es un don.
El Reino se compara con el estadio final: con el arbusto que ofrece protección a los pájaros y con la masa fermentada.

 

 

 

 

 

La Piedra de Sopa.

Anthony de Mello.


En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía algo de comer.
-Lo siento-, dijo ella, -pero ahora mismo no tengo nada en casa-.
-No se preocupe-, dijo amablemente el extraño: -Tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la mas exquisita sopa del mundo. Un puchero muy grande, por favor-.
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el secreto a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver al extraño y su piedra de sopa. El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cucharada con verdadera delectación y exclamó -Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas-.

-Yo tengo algunas-, gritó una mujer. Y en pocos minutos regresó con una gran fuente de patatas que fueron derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje, y añadió pensativo: -Si tuviésemos un poco de carne haríamos un cocido de lo más apetitoso ...


Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un gran pedazo de carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo: -¡Ah, que sabroso! Pero si tuviésemos unas pocas verduras sería perfecto...-.

Una de las vecinas fue corriendo a su casa y regresó con una cesta de cebollas y zanahorias. Después de introducirlas en el puchero, el extraño probó de nuevo el guiso y, con tono autoritario, dijo: -¡Sal!-. Al punto la dueña de la casa proporcionó dicho ingrediente.

A continuación, el extraño, dio otra orden: -¡Platos para todo el mundo!-. La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa. Todos se sentían extrañamente felices mientras reían, charlaban y compartían, por primera vez, su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló, silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.

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